"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos" | SURda |
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08-01-2013 |
China, nuestra aliada táctica
El siglo XIX ha sido el de la aparición del socialismo –desde su denominación, pasando por las experiencias utópicas, hasta la elaboración en base al conocimiento científico, realizada principalmente por Marx y Engels. El siglo XX ha sido el de las primeras realizaciones, con las experiencias de la socialdemocracia – principalmente europeas - y las revoluciones en países periféricos –respecto a las metrópolis capitalistas devenidas imperialistas- que originan un “sistema socialista” , cuya cuna convertida en modelo de la construcción ha sido la Rusia soviética.
Los panegiristas del sistema capitalista “demuestran” la irrealidad del socialismo que ha sido derrotado y que suponen imposible que rebrote. La alternativa preconizada ante la catastrófica realidad del capitalismo dominante, es un supuesto y patético proyecto de “capitalismo humanizado”, pintarrajeado con los atributos formulados una y mil veces desde el siglo XIX. En Uruguay, el “capitalismo humanizado” -antes del paroxismo de la ridiculez actual- ha sido patrocinado por José Batlle y Ordóñez y sus malos discípulos.
¿Qué queda de las pretensiones socialistas de los siglos pasados? En Europa –eje del sistema capitalista durante la primera mitad del siglo y socia principal y subordinada de los Estados Unidos durante la segunda mitad, - las experiencias de la socialdemocracia se concretan básicamente en el occidente del continente, que directa o indirectamente, se beneficia de la acumulación de capitales sustentada en la sangría de la plusvalía extraída de los pueblos periféricos de Asia, África y América Latina. Con el sostén de la explotación imperialista hubo diversas experiencias reformistas, algunas avanzadas, en particular las escandinavas, pero que de conjunto, ni siquiera han lesionado las estructuras fundamentales del capitalismo como sistema o modo de producción. La defensa obstinada de esos logros “socialistas” ha quitado representatividad a la Segunda Internacional, que no ha trascendido de Europa, con la excepción de experiencias en países de Oceanía, por más de un motivo diferentes a los de las “zonas de las tormentas”, así catalogada por los comunistas chinos.
¿Qué queda del “mundo” o del “sistema socialista”? De las afirmaciones de los principales teóricos (Marx, Engels, Lenin, Rosa Luxemburgo, Trotsky, etc.) vale destacar al respecto, dos conclusiones: que el socialismo es imposible de construir mientras haya pobreza material y espiritual de los pueblos, y que son inviables las construcciones aisladas en los marcos nacionales. Por eso, coincidimos con quienes han fundamentado que las formaciones económicas y sociales surgidas no han sido socialistas, sino, dicho con palabras de Rudolf Bahro [1] , “proto-socialistas” o “socialistas en estado larvario”. Parten de un nivel productivo inferior al capitalismo occidental (salvo Checoslovaquia), estatizan los medios de producción y de cambio, pero el Estado no es dirigido ni gestionado por los trabajadores sino por una burocracia, y si bien no hay patrones que se apropien de plusvalía ni clases explotadoras ni explotadas en general, se mantienen desigualdades pronunciadas; y por fin, el marxismo-leninismo se convierte en una ideología estereotipada al servicio de la burocracia, perdiendo su carácter revolucionario. Este proto-socialismo es vencido por el capitalismo, capacitado para una revolución científico-tecnológica, que él no logra.
Sin embargo, amparadas durante años en esas construcciones –en la Unión Soviética en particular- se originan procesos revolucionarios que no se mimetizan con ellas, y que en los países periféricos –fundamentalmente en Asia- enfrentan al sistema capitalista.
De todas ellas hay que destacar una en especial, la Revolución China, que da a luz a la República Popular. Revolución nacida en el país más poblado, en el único que a lo largo de miles de años ha logrado una civilización sin interrupciones, por períodos la más avanzada de la humanidad. Revolución triunfante bajo la dirección del Partido Comunista, con el liderazgo de Mao Tse Tung, que llega a enfrentarse a la aliada Unión Soviética. País que pasa períodos tormentosos, imposibles de sintetizar en pocas líneas, y que se ha convertido en la economía de mayor crecimiento, la potencia que según todos los indicadores en pocos años será la principal, y que ya ha transformado al mundo.
En noviembre, la principal fuerza política del orbe, el Partido Comunista Chino, ha celebrado un crucial Congreso, convertido en el principal acontecimiento de la escena internacional. Si algo hemos aprendido es a no dejarnos llevar por los deseos, y por consiguiente, no echamos las campanas al vuelo ni gritamos victorias. Pero sí afirmamos que nuestros pueblos deben mirar a China. No dudamos en afirmar que la principal potencia enfrentada al agresivo imperialismo norteamericano es tácticamente aliada de Nuestra América, la que busca zafar de las cadenas del imperialismo. Esa potencia que -entre otras diferencias con la Unión Soviética- no exige de los socialistas y comunistas del mundo que se erijan en sus defensores por encima de cualquier otra consideración, es merecedora de nuestro respeto, atención y estudio. El XXI puede ser el siglo del avance arrollador del socialismo, y para eso, el papel de China es esencial.
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[1] Rudolf Bahro, “La alternativa. Contribución a la crítica del socialismo realmente existente” (1979)
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